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Nunca se habían vendido en Israel tantos árboles de Navidad. Alguna vez, no hace mucho tiempo, se vendían sólo en Wadi Nisnas en Haifa, en Abu Gosh y en Jerusalem oriental, en zonas donde vive la minoría árabe cristiana. Hoy se pueden encontrar en el mercado Hacarmel en Tel Aviv, en los supermercados Shupersal en Rishon Letzion, en Natzeret Ilit y en Natania. Los compradores no son ya solamente los ciudadanos cristianos del Estado de Israel, sino en especial israelíes que inmigraron desde la ex URSS y Europa oriental por virtud de la Ley del Retorno, y festejan aquí abiertamente el aniversario del nacimiento del Salvador cristiano.
No soy judío religioso, y no vivo de acuerdo con la Halajá. Soy un judío sionista que vive en Israel desde el conocimiento y el amor por la cultura judía. Para mí, el judaísmo no es una religión, o no principalmente una religión, sino una cultura y una nación. Hablo el idioma del Tanaj (el Antiguo Testamento), y vivo en la tierra donde los judíos aspiraron a vivir por cientos de años con independencia política. Soy parte de la empresa sionista, el gran movimiento de secularización del pueblo judío, que lo devolvió a su tierra y a su patria histórica por virtud de su derecho natural e histórico de vivir como un pueblo entre todos los pueblos. Mi documento fundante es el Acta de Independencia. Mi heredad cultural es el Tanaj y no el Talmud Babilónico.
Las festividades que festejamos aquí son fiestas judías religiosas, pero las festejo no según la Halajá, la ley religiosa, sino según mi concepción de ellas como hombre libre en su estado soberano. Sólo que ni yo ni los que son como yo, vemos la Navidad como una festividad israelí. O mejor dicho, no veo a quienes la festejan como quienes pueden venir a vivir con nosotros sobre la base de la Ley del Retorno, cuyo objetivo es: la reunión de las diásporas del pueblo judío de regreso en su patria.
La Ley del Retorno, tal como está redactada hoy en día, es una imagen especular de las Leyes de Nürenberg dictadas por los nazis contra los judíos. Todo aquel considerado judío según las leyes raciales arias, es considerado también como «judío» con derecho al retorno. Como enérgica respuesta a los execrables nazis, y por verdadera y sincera voluntad de demostrarle al mundo que el pueblo judío vive a pesar del terrible Holocausto que sufrió, hemos fijado como nuestra principal ley de nacionalización la ley que aplicaron en la diáspora nuestros enemigos más acérrimos. Por fuerza de esta ley, una persona puede ser ciudadano de Israel sin ningún lazo con el pueblo judío ni con su legado sionista. Basta con que uno de sus progenitores o, a falta de tal, uno sólo de sus abuelos haya sido judío, para que se pueda nacionalizar israelí.
No creímos ni en nuestros sueños más rosados, que llegarían a Israel personas que querrían nacionalizarse en el país no por ser perseguidos o por su fe judía, sino porque Israel sea un país donde es bueno vivir. ¿Qué le vamos a hacer? Lo hemos logrado. Israel, a pesar de todos los peligros de seguridad y los conflictos sociales, se ha convertido en un lugar digno según standards internacionales. No sorprende, por tanto, que haya personas que quieran venir y vivir aquí con nosotros como ciudadanos y obtener por su supuesta «aliá» (inmigración de judíos) ayuda económica y de otros tipos, a pesar de no haber entre ellos y la cultura y el legado judeo-sionista absolutamente nada.
Por mi parte, no creo que el examen de la nacionalización por la Ley del Retorno deba ser religioso. No es la Halajá la que debe determinar quién puede nacionalizarse en Israel y quién no. Pero una cosa tengo en claro. Una persona que se ve como cristiana, que practica el ritual cristiano, y que carece de todo lazo o relación con la cultura judía o con el devenir israelí, ¿qué tiene que ver con nosotros? ¿Realmente tenemos interés en la inmigración de gente que visita regularmente la iglesia? ¿Realmente queremos convertir la Navidad en una festividad israelí?
Uno de mis amigos es inmigrante de Rusia. Su padre era un sionista «Refiusnik» (perseguido por el régimen por su deseo declarado de migrar a Israel), y su familia festejaba cada año las festividades judías, aun cuando ello implicara un verdadero riesgo de muerte. Inmigró a Israel hace unos 20 años, y el hebreo es ya su lengua natural. Le pregunté su opinión. Me miró y me dijo: «Si yo quisiera festejar la Navidad, me habría quedado en Moscú. Allí, la fiesta es mucho más linda…»

Fuente: Povesham